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sábado, 5 de marzo de 2016

Locutus: tercera parte

     Antes de empezar, y para no herir los sentimientos de ningún grupo étnico, no voy a especificar la especie protagonista de este relato.
     Empezamos:

     Dos grupos de homínidos, poco numerosos, se encuentran en lo alto de una colina, justo a los lados de una gran roca plana con un pequeño bulto en el centro. Uno de ellos venía del sureste, el otro del noroeste. La colina era fácil de subir justo por esos lugares, aunque en los relatos que dejaron para la posteridad se dice que la ascensión fue difícil y sacrificada.
     Los machos de ambos grupos, en estado de alerta máxima, se fueron acercando poco a poco.
     —Hola— Dijo uno de ellos.
     —Hola— Dijo el del otro grupo.

     Sí, hablan el mismo idioma. Es sabido que antes hablaban todos el mismo idioma, luego se lió por un asunto que no viene a cuento.

     Tras el saludo, un incómodo silencio y miradas de desconfianza.
     Uno de los machos del grupo del sureste empezó a mear, lo que incomprensiblemente para él, causó estupor, alarma, revuelo, enfado y un intento de agresión por parte de los del noreste. Sus compañeros se interpusieron e hicieron recular a los agresores.
     —¿Por qué tratan de agredir a nuestro compañero?
     —¡Tu compañero merece morir! ¡Lo que está haciendo es una blasfemia!
     —¡Cómo que blasfemia! Le apetece mear y honra a Locutus realizando la acción cara al viento.
     Los del noroeste se echaron las manos a la cabeza, se miraban perplejos y estupefactos, luego miraban a los otros incrédulos. No sabían que decir y se retiraron de la roca para hablar sin ser oídos.

     Se preguntarán que hacían las hembras: No hacían nada. Pero la misoginia mejor la dejamos para otro relato ye que es aún peor de lo que aquí se narra.

     —¡No!— Pareció ser la conclusión a que habían llegado —Todos ustedes viven en pecado mortal. a Locutus se le honra meando de espaldas al viento.
     —Si mean de espaldas al viento no caerá ninguna gota en su cuerpo, no serán bendecidos por la esencia de Él. Ustedes son los que están condenados.
     —La palabra de Él, que es el sonido de la creación, debe ser rociada al mundo para fertilizar la tierra y ustedes lo impiden meando cara al viento.
     Las hembras no perdían detalle de la discusión de hacia donde se debe mear, lo que provocó entre ellas un cruce de miradas cómplices y alguna que otra risa que no tardó en ser interrumpida al mismo tiempo y de la misma manera por los machos de los dos grupos «Ustedes a callar­­» 
     Llegó la noche, y luego el día y así durante mucho, mucho tiempo, tanto que cuando se fueron a dar cuenta, a  ambos lados de la roca se habían formado sendos poblados con sus murallas y sus puertas, campos de cultivo al sur este y tierras para el ganado al noroeste.
     Los del sureste decían que cultivar era como mear cara al viento, dabas y recibías al mismo tiempo, en cambio, los del noroeste decían que la ganadería era más digna ya que ellos sólo se aprovechaban de los animales y lo que sobraba caía al suelo y fertilizaba la tierra, para más gloria de Locutus. Y aunque no lo crean, fue tanto el odio que iba creciendo entre ellos que no dudaron en ir cimentando sus creencias en oposición a lo que hacían y decían los otros, actitud que llevó a incómodas situaciones donde la ley imponía comportamientos totalmente irracionales y bastante contraproducentes, como el de si ellos no lo hacen, nosotros sí, así que nos cortamos un trocito de piel "ya veremos de donde", o el de por donde había que sacrificar a un animal o a un miembro del otro grupo como ofrenda a Él. Los del noroeste preferían rebanarle el cuello a su víctima en el centro de la roca, encima del pequeño bulto, justo cuando los del sureste estuvieran mirando, en cambio, los del sureste preferían hacerlo a escondidas, no sea que los del noreste se enfadaran por haberles robado uno de sus animales y perder la ocasión de comer un poco de carne.
     Con el tiempo todo se fue radicalizando, menos el trato a las hembras, que ya lo era. hubo guerras que no ganó nadie y que perdieron todos, siguieron viviendo unos al lado de los otros, pero con el infranqueable muro que los dos llamaban Locutus. Todos creían en Él, pero en oposición a la forma de hacerlo sus vecinos.

     De aquellos cimientos surgió la base, y la llamo: Fe.

     Este no fue el único encuentro entre homínidos que se produjo en el planeta, los hubo entre los que creían en el más allá interior y se meaban dentro de la ropa, los que creían en el homínido que despertó meado, los que creían en las preguntas ¿mear y cagar al mismo tiempo o alternativamente? con respuestas antagónicas, los que creen en un camino o vía donde ir dejando un rastro, los que donde la entrega a Locutus es lo máximo que se puede alcanzar y mear se mea cuando ya no se puede aguantar más (estos, los del noreste y los del sureste se llevarán a tortas durante mucho tiempo) y los que aún viven y sienten como se hacía antes de la aparición del concepto de Locutus, el asimilador universal, es decir, en simbiosis total con su entorno, el que les daba la vida y la muerte y en el que lo hacían donde y cuando les apetecía. Ni que decir que a estos se les está exterminando en masa.



Pascual Herrera 

2 comentarios

  1. Genial relato que muestra el sinsentido y lo absurdo en estado puro. Esperando impacientemente el siguiente.

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  2. Ahora ni mirándose al espejo se comprenden.
    Ya los que quedan y pueden se están yendo.
    Gracias por compartir.

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